Diario de Viaje por Estados Unidos de América. ( 21-09-1990 / 07-10-1990 )

Esta es una de esas asignaturas pendientes que sabes que al final la tienes que superar, por la cuenta que te trae, si quieres quedar en paz contigo mismo. Pero ya no sólo por ti, estas cosas se hacen en realidad como un legado para los que vengan detrás.

Es algo así como cuando empecé mi árbol genealógico. Un trabajo también muy laborioso de investigar el pasado, tu propio pasado, para más tarde los que te sigan sólo tengan que ir haciendo un apunte de vez en cuando.

Aquí no habrá apuntes luego, sino simplemente ganas de leer:

“Lo que escribió mi abuela, cuando viajó a América con mi bisabuelo”.

Han pasado muchos años desde aquél viaje, y lo mejor es que parece que fue ayer mismo; ilusa de mí. Pero bueno, casi es mejor así, porque se ve todo con otra perspectiva, sin los visillos que cuelga el tiempo enturbiándolo todo.

Me ha costado encontrar aquel cuaderno de viaje, pero ha merecido la pena. Estaba metido en una carpetita de aquellas azules, hoy muy descolorida, aunque los elásticos aún aprietan. Dentro, no sólo estaba el cuaderno, también he encontrado todo tipo de notas, recortes, entradas… muchas cosas que tenía hasta olvidadas y que ayudarán a refrescar mi memoria.

También conservo dos álbumes de fotos, seis carretes de los de antes, con muchas cosas curiosas pegadas a él. Lo iré usando como ilustraciones, que el colorido siempre ayuda.

Los distintos capítulos irán con la fecha en que fueron escritos, tal y como está en el cuaderno, y después haré observaciones actuales de cosas que me vaya acordando, a modo de notas numeradas.

Me espera un largo trabajo, que me tomaré con calma, porque lo que me costó escribir algunas de esas páginas, "rota” de cansancio en la habitación de un hotel después de un largo día, valen el esfuerzo de repetirlas. Ahora lo tengo más fácil y cómodo, así que lo empezaré con todos los ánimos que me pueda auto infringir.

Espero que lo disfrutéis, y os sirva de algo, aunque sólo sea para pasar un buen rato de lectura viendo fotos antiguas.


Capítulo 16 (02-10-1990)


New York.
Lexington Avenue desde el Hotel Roger Smith.


Ya estamos aquí, en N.Y., en el corazón de la Gran Manzana, Manhattan.
El vuelo con la Panam ha durado ocho horas, aunque con la diferencia horaria de tres, en realidad sólo han pasado cinco, así que le hemos ganado horas al día y todo el día de viaje. Ahora son las 9:30 aquí [1].

A la llegada al aeropuerto hemos tenido una gran sorpresa. Ya en California le dije a Héctor que no sabía si aquí en N.Y. nos recogerían en el aeropuerto, o tendríamos que coger un taxi. A lo que él me dijo muy seguro: “Vais con El Corte Inglés, así que no te debes preocupar por nada, seguro que hay alguien esperando por vosotros”. Buena propaganda.

Así que cuando cogimos las maletas salimos mirando para todos lados, y justo en frente había un cartelito con nuestro nombre. Lo que no cuadraba mucho era quién lo mantenía en alto. Era un coger perfectamente uniformado de gris, con sombrero de plato incluido, esperándonos con el carrito para las maletas y todo.
Hablaba poco, habrá que irse habituando al cambio de carácter por aquí, mucho más seco que en California, pero nos dijo escuetamente que lo siguiéramos al aparcamiento. Nos llevó a la última planta, en la azotea a cielo raso, hasta que llegó al coche… ¡y qué coche! Una largísima limusina preciosa, gris plata con el techo de cristal. ¡No lo podíamos creer! [2]

El hotel en cambio, aunque está muy céntrico y es muy coqueto, después de los gigantescos hoteles californianos, esto nos parece un hotelito y nada más. La habitación tiene un estilo muy clásico, las cretonas de las tapicerías, la cama con dosel… aunque están de obras cambiando toda la moqueta y hay un poco de caos.

Las calles también dan una sensación muy claustrofóbica, tan estrechas con edificios tan altos. Y aquí en Manhattan que casi todos los vehículos son los conocidos taxis amarillos por todos lados. Sin dudas el paisaje ha cambiado radicalmente. Veremos lo que nos deparará mañana [3].



Notas en la actualidad:


[1] Recuerdo algo que no se me olvidará en la vida, y que me impresionó profundamente. Sentados en los asientos contiguos, viajaban una pareja de personas muy mayores, y cuando se quitaron las chaquetas para quedarse en mangas cortas, pude ver perfectamente un largo código de números tatuados en sus antebrazos. Sin dudas eran supervivientes del holocausto nazi.

[2] Y nosotros con aquellas pintas de turistas cansados, si lo llego a saber me arreglo un poco en el avión. La experiencia de entrar en Manhattan en aquel cochazo, viendo los rascacielos por el techo de cristal, fue triunfal.
Lo malo fue cuando llegamos a la puerta del hotel y nos abrió la puerta el portero de turno disfrazado de librea… y yo saqué aquella pierna con bermudas y zapatillas deportivas blancas. Memorable sin dudas.
Con razón hay quien dice que cuando se viaja es cuando tienes que ir más arreglado, por lo que pueda pasar. Por situaciones inesperadas como esta, o por si tienes un problema, indudablemente la policía te mirará con otros ojos si tienes buena presencia.

[3] Pude llamar por teléfono a casa para felicitar a Jorge en su cumpleaños, cinco añitos. Al fin, menos mal, porque desde la costa oeste había sido más complicado. La gran diferencia horaria de nueve horas, y sumado al gran cansancio al llegar la noche, hacía que fuera imposible llamar a casa.
También fue mejor el viajar ganándole horas al sol, de oeste a este, se sufre mucho menos el horrible “jet lag”. Andas un poco descolocado de horarios, pero el cuerpo no sufre, ni en horas de sueño ni en sistema digestivo.
Lo mismo nos ocurriría al volver desde Nueva York a España, la adaptación se hizo muy llevadera. Cansancio lógico de tantos días viajando, pero nada que ver con la ida.


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