Hemos desayunado [2] en el hotel, y en un taxi nos hemos trasladado a unas dos millas de distancia, al Beverly Center, un centro comercial precioso, lleno de tiendas de todo tipo. Allí he comprado ya algunas cosas para llevar, como una camiseta de Los Angeles Lakers, y otra de los 49´s, el equipo de San Francisco, con Joe Montana; ¿cómo no?.
Luego en frente de este Centro había una esquina de tiendecitas y restaurantes rápidos con gasolinera incluida, muy típico, donde me han lavado la cabeza y peinado por 15$ [3] un peluquero muy simpático.
Justo al lado había un negocio sólo para hacer la manicura, muy original. Desde la calle se veían muchas mesitas estrechas con sillas a ambos lados. Por lo visto son muy corrientes aquí, y lo frecuentan tantas mujeres cómo hombres. Sin dudas tendría que haber de estos en España, con las uñas que gastan algunos.
Después, en una croissanteria, he tomado café y comprado una especie de magdalenas llamadas “muffins”. La regentaba un iraní muy agradable, había estado en España y tenía tan buenos recuerdos de allí y de sus gentes que se ofreció para lo que necesitáramos.
Aquí la gente es amable, sobre todo si no son americanos, pues me ha parecido que en esa especie de “Vaguada” los dependientes oriundos eran demasiado estirados [4] .
Al norte de la ciudad está el valle de San Fernando, donde vive un tercio de la población en casas unifamiliares, separado de Hollywood y el centro por las montañas de Santa Mónica y el Griffith Park (observatorio planetario).
Detrás del centro comercial, Beverly Center, había uno de los hospitales más importantes de los Estados Unidos, el “Cedars Sinai”, el nombre ya lo dice todo: capital judío.
Ando aún un poco atontada, soy demasiado regular en mis horas de sueño; pero tanta cosa nueva y distinta acabará por espabilarme, estoy segura.
Notas en la actualidad:
[1] El hotel “Holliday Inn” de la foto. Arquitectónicamente no era nada del otro mundo, excepto su comedor-restaurante en la última planta, circular y rotatorio. Giraba muy lentamente ofreciendo toda la panorámica de la ciudad.
[2] Jamás olvidaré el impacto de aquel dedal de leche para el café, acostumbrada a mi cuarto litro de leche matutino. En cuanto a la comida americana… “hay que echarle de comer aparte”, nunca mejor dicho; y mejor también no recordarla.
[3] No era caro para la época, y las doce horas de avión con el aire viciado me había puesto el pelo muy extraño e indomable.
[4] Estirados a la vez que paletos. Se confirmó que no sabían dónde estaba España. Para ellos está al sur, o sea, Sudamérica en toda regla. Pero me hizo mucha gracia que me tomaran por francesa, por mi aspecto y por mi acento hablando inglés. No hay que despreciar el dato que en los años 80, la población hispana en Los Angeles alcanzaba el 40%, superando de largo a negros y chinos. Hoy día será incluso algo más. 22-09-90: Hollywood de noche. (Capítulo 4)
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