En Las Vegas.
Paramos a las 12:00 a almorzar en medio del desierto en un restaurante muy bueno y con unos precios increíbles para la calidad de la comida, así que por primera vez hemos comido bien [2] .
En ese restaurante es donde se para siempre el chofer que llevamos, y ya se sabe que estos profesionales son los que mejor saben dónde parar a comer en carretera. También hemos tenido suerte con él, un americano de dos metros de alto llamado Paul, el clásico americano bonachón, niño-grande que no habla una palabra de español. Tan sólo se comunica con Héctor, el guía, y lo ha intentado conmigo, pero me cuesta mucho entenderlo (cosa que le hace mucha gracia a Héctor).
Héctor es también una maravilla de hombre, tendrá por su aspecto, y por lo que ha comentado, unos 50 años (es curioso, pero se parece mucho a mi cuñado Paco, pero con todo el pelo blanco). Cuento esto porque su personalidad me ha impresionado de forma extraordinaria, siempre está simpático, riéndose, de lo más amable, servicial… y todo lo que diga es poco.
Pero esa forma de ser tan especial tenía una explicación, que vino por la conversación que surgió sobre el Golfo Pérsico [3]. Se ha mostrado muy preocupado, porque piensa que van a morir muchos chavales norteamericanos y entre ellos puede estar su hijo; que con toda la ilusión de la juventud se muere ya de ganas por ir, y al ser de origen argentino sería de los primeros. Después se ha enfrascado él sólo hablando (hasta me ha parecido que hablaba para sí mismo) y nos ha revelado que nada más llegar de Argentina, en los años 60, lo mandaron a Vietnam durante 16 meses.
De repente su tono ha ido cambiando, y he notado cómo más de uno se sentía incómodo. Nos ha enseñado sus brazos y su piel estaba toda como piel de gallina, y los ojos se le llenaron de lágrimas. Tuvo que dejar de hablar y sentarse, porque no podía seguir. Aún no puede contar sin llorar lo que pasó allí y afirma que con toda seguridad su vida cambió radicalmente desde entonces: su forma de pensar, su actitud, sus ambiciones…
Ha sido muy emotivo. Ahora comprendo mejor cómo tiene esa personalidad tan fuera de lo normal y que todos los problemas le parezcan pequeñeces fáciles de solucionar.
Tantos días y noches sin poder dormir y apenas comer, sentado en el suelo, espalda con espalda con tu compañero que llega a convertirse en una prolongación tuya, y tú de él. Lo horrible que tuvo que ser aquella guerra, lo absurda, lo cruel, y lo mal llevada, con oficiales recién salidos de las academias sin la menor idea de cómo hacer la guerra, y teniendo que mandar sobre chavales, la mayoría de los más bajos estratos sociales, inmigrantes y negros en su mayoría: carne de cañón contra un enemigo más duro de pelar de lo que se podían imaginar en un principio. Sorpresas negras que da la vida.
Para concluir el tema, nos ha pedido que no le hagamos ninguna mención a Paul, el chofer, porque también estuvo allí y a él sí que era mejor no sacarle el tema, porque lo más seguro es que se negara a hablar.
Tampoco es que podamos, con lo difícil que es de entender, una ventaja, menos mal.
Notas en la actualidad:
“Si está usted realmente sediento, pida un vaso de agua. Pero tiene que estar muy seguro de su sed, porque no está pidiendo un vaso de agua, sino tres, que son los que se necesitan para luego lavar ese vaso. Tenga conciencia que está usted en medio de un desierto con la consiguiente escasez de agua”.
Al leer esto le dije al guía lo bien que me parecía esa medida, ya que donde yo vivía también hay mucha escasez de agua, y deberían tomarse medidas así para concienciar a la gente. Pero también le hice alusión que por la carretera había visto unas obras, y me había extrañado que detrás de cada máquina fuera un camión cisterna, duchando en todo momento el polvo que se levantaba, me pareció un despilfarro. Héctor me respondió con una pregunta que me dejó sin palabras “¿Te imaginas si dejaran que ese polvo que levantan las máquinas no lo aplacaran al instante, cómo se pondrían todos los coches que pasan en ese momento? El gasto de agua para lavar tanto coche sería muy superior al del camión cisterna”.
Lógica aplastante. Allí son obligatorias esas duchas en todas las obras; “igualito” que aquí.
La respuesta internacional no se hizo esperar, el 16 de enero de 1991 una coalición de 31 países, liderada por Estados Unidos, y bajo mandato de la ONU, inició una campaña militar con el fin de obligar al ejército invasor a replegarse de Kuwait.
Aquella guerra duró poco, el 28 de febrero de 1991 Irak se rindió y aceptó la condiciones impuestas por Naciones Unidas. El saldo fue de 378 soldados muertos en la Unión, con unos 1000 heridos, mientras los iraquíes se llevaron la peor parte, entre 25.000 y 30.000
Lo peor de toda esta historia es que los flecos de Oriente Medio aún colean, con brotes muy virulentos a lo largo de todos estos años, como en el 92, 93, 98 y sobre todo en 2002 cuando “Bush junior” acusa a Iraq de construir nada menos que un “eje del mal” y forzando la invasión de Iraq en 2003, junto con Inglaterra.
Muchos más muertos a sumar a la lista y una gran herida abierta, muy difícil de cerrar.
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